Nunca quise ser madre.
No hasta hace cuatro años cuando, después de un año de empezar a salir con Pablo, dijimos: "¿y por qué no?"
Así que empezamos a intentarlo. Pero a mis 42 años por aquél entonces, casi todos mis óvulos estaban ya bailando La Macarena y pidiendo vacaciones. Así que después de dos años intentándolo sin éxito, con falsas ilusiones tocadas por varios fracasos que convertiríamos en aprendizajes y decisiones, nos pusimos en manos de la ciencia, la medicina y la tecnología.
Aquí empezó una aventura que se convertiría en conocimiento y aprendizaje infinito, poniéndonos a prueba más veces de las que puedo recordar y disfrutando de muchos Másters de la vida sobre fertilidad, embarazo, y más aún embarazo de alto riesgo por tener más de 40 años, sobre parto, lactancia, crianza y relaciones humanas con otros, y con nosotros mismos. De hecho, hice un Máster en conocerme a mí misma.